sábado, 14 de mayo de 2011

¿Es realmente cierto que todos llegamos al mundo con las mismas condiciones?

        El primer aroma que pudo captar su aun no desarrollado bulbo olfatorio fue una mezcla de humedad con el olor a sobras de la comida de hace dos semanas. Pescado. Se encontraba en una pequeña choza, al lado e un vertedero de basura, en las afueras de Barcelona. El niño, aun sin nombre comienza a llorar. El recién nacido puede percibir como su madre, una joven de 18 años, tiene miedo.

         Nace, se encuentra entre seres con trajes blancos, guantes , máscaras. Llora. Sigue llorando. Aquellos seres disfrazados limpian la sangre que cubre su rostro, lo asean. Pero el bebé no para de llorar hasta estar en los brazos de su madre. Se siente seguro. Sobre sus mejillas su madre deja caer una lágrima del mayor sentimiento de emoción que una persona puede alcanzar. Lo besa, las primeras palabras hacia el niño fueron: "Te quiero, Gabriel."
   
    Pasan los años. Exactamente veintisiete. El primer niño, ya no tan niño, se encuentra al lado de un hotel de lujo. No tiene fuerzas para levantarse e irse, aunque un hombre con traje y corbata le esté ordenando que se fuese a pedir a otro lado. Hace intento de levantarse, pero es incapaz. Lleva días sin comer. El hombre con corbata comienza a elevar el tono de voz. En un ataque de egoísmo e imbecilidad dice: "¡A ver, puto desgraciado de mierda. Creo que no has entendido quien soy, ¿verdad? Me llamo Gabriel Minjaraz, y soy el dueño de este dichoso hotel. No puedo permitir que un sucio mugriento como tú que no ha hecho nada por la vida de una mala imagen a nuestro hotel. Así que por última vez, retirese del hotel" Se dirige hacia uno de los clientes del hotel: "Así va España, con semejantes desgraciados que solo saben pedir dinero y no saben hacer nada por ellos mismos..."